jueves, 4 de mayo de 2017

De vacas y demonios

Si Roberto hubiese gritado tan desgarradoramente en medio de la ciudad, una multitud se le hubiera acercado para preguntarle qué le ocurría. Pero Roberto vivía en el campo. Y su única compañía era Marcela, la vaca lechera.
¡Y como no iba a gritar cuando encontró a Marcela tirada en su corral, con un extraño agujero en el cuello! “¿Qué fue lo qué pasó?” Preguntó Roberto, lastimándose la garganta y ensordeciéndose a él mismo. La vaca estaba desplomada, sin síntomas vitales.
Que una vaca se muriera, no era algo anormal. En el campo, los animales se enferman más seguido de lo que cualquiera pueda imaginarse ¿Pero el agujero en el cuello a qué se debía? Para colmo, era un agujero extraño, como si alguien se lo hubiese hecho con un punzó o con alguna herramienta parecida.
Roberto se arrodilló y puso su mano en la cabeza de Marcela. Fue en ese momento cuando recordó la pesadilla que lo había despabilado durante la madrugada: un demonio, de ojos de fuego y lengua de serpiente, se le había presentado en un sucio y apestoso callejón. Y le dijo, con voz lenta y pastosa: “Voy a chupar la sangre de tus seres queridos hasta que caigan secos como una pasa de uva”. Luego de esas palabras, el demonio le mostró dos fotos: una de Marcela y otra de Tita, la mamá de Roberto.
Roberto corrió hacia adentro de su casa, transpirando frío y con temblores internos. Agarró el teléfono y llamó a su madre. Pero ésta nunca le contestó. 

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